noviembre 19, 2014

De Hermógenes Pérez de Arce

MIÉRCOLES, 19 DE NOVIEMBRE DE 2014

A Quien Pueda Interesar

Informo a marxistas, leninistas o no; kerenskys, compañeros de ruta, tontos útiles, arrepentidos, cerebros lavados y a medio lavar, prevaricadores y chilenos en general que hoy pronuncié el siguiente discurso de homenaje al coronel Cristián Labbé en un recinto que no se dio a conocer para evitar que todos o algunos de los anteriores lo funaran y destrozaran, generando perjuicios que los  allí reunidos no estábamos dispuestos a pagar:
 
Distinguidos amigos y amigas: Si tuviéramos que elegir una palabra para describir la razón que nos reúne aquí hoy, pienso que sería “lealtad”, que el Diccionario define como “cumplimiento de las leyes del honor y de la hombría de bien.”
 
          Hace más de cuarenta años también me correspondió compartir una tribuna con otro coronel Labbé, el padre el actual, quien, tal como su hijo, había debido sufrir incomprensiones y persecuciones por ceñirse a las leyes del honor y la hombría de bien. Aquel coronel Alberto Labbé debió dejar las filas del Ejército, en 1972, por haberse negado a rendir honores militares a Fidel Castro, lo que junto con valerle el retiro prematuro de las filas lo convirtió en figura pública y movió al Partido Nacional a proclamarlo candidato a senador por Santiago.
 
          Su hijo Cristián, nuestro homenajeado de hoy, siguiendo los pasos de su padre, llenó una honrosa hoja de vida en el Ejército, donde su lealtad al Comandante en Jefe a quien le correspondió secundar, el general Augusto Pinochet, hizo que éste lo distinguiera como uno de sus hombres de más confianza y que pudiera transitar desde encargado de su protección personal, desde los mismos días iniciados el 11 de septiembre de 1973, hasta el desempeño de una cartera en el gabinete, como Secretario General de Gobierno, al final del mandato de ocho años que a dicho general le confiriera el pueblo mediante su voto en el plebiscito de 1980.
 
          Por eso hablar de “dictadura” para ese período no sólo constituye una impropiedad histórica, sino también jurídica, pues se trató de un mandato constitucional fundado en la voluntad del pueblo, durante un período especial de democracia protegida que culminó en la democracia plena inaugurada en 1990 y bajo la cual vivimos hasta hoy, si bien ahora desvirtuada por ilegalidades y atropellos variados, cometidos por los que siempre e históricamente han sido en todo el mundo los principales depredadores del estado de derecho y la sociedad libre.
 
          Su vocación de servicio público llevó a Cristián Labbé, una vez retirado de las filas, y habiendo obtenido en la Universidad Católica de Washington una maestría en Teoría Política y Filosofía, a presentarse como candidato a Alcalde en la comuna de Providencia en los años ‘90, comuna a la cual sirvió durante sucesivos y exitosos períodos hasta 2012, en cuyo brillante desempeño incluso llegó a  alcanzar reconocimiento internacional por la calidad de su despliegue alcaldicio.
 
          Pero el rasgo fundamental del carácter del coronel Labbé, el del “cumplimiento de las leyes del honor y de la hombría de bien”, es decir, la lealtad, no podía estar ausente de su desempeño como servidor público y eso lo convirtió en blanco preferente y favorito de los adversarios del Gobierno Militar que impidió en el país la entronización de un dictadura marxista-leninista.
 
Pues el totalitarismo chileno, derrotado en la guerra armada que declaró y libró para convertir al país en una segunda Cuba o segunda RDA, había ganado la posterior posguerra política e ideológica de los ’90. Gracias a ello, con el concurso de quienes se cambiaron de bando apenas el peligro hubo pasado, logró reescribir la historia, presentándose como el salvador de la democracia que había pretendido destruir y falseando la verdad de una manera tan escandalosa como exitosa, transformándose, mediante una publicidad incesante, de agresor en agredido, de victimario en víctima y de totalitario en demócrata.
 
          Durante este lamentable y desastroso viraje de la posguerra propagandística que ha vivido el país, hemos visto a huestes políticas completas practicar esa deshonrosa costumbre nacional de “darse vuelta la chaqueta”, instituida en la Revolución de 1891 cuando las tropas leales a Balmaceda, que vestían casacas azules con forro blanco, viraban estas últimas para parecerse a las del ejército revolucionario, que eran blancas, y así correr a rendirse sin recibir los disparos del bando triunfador. La “vuelta de chaqueta” general tiene como símbolo paradigmático a Patricio Aylwin I y Patricio Aylwin II, a quienes podemos encontrar en YouTube declarando el primero, en 1973, que "Allende se aprestaba a tomar por las armas la totalidad del poder", y al segundo, en 1993, diciendo: “Yo nunca pensé que la Unidad Popular como tal, ni menos Salvador Allende, estuvieran interesados en dar un golpe y establecer una dictadura”. Esa filmación histórica retrata con exactitud al Chile actual.
 
          Lamentablemente, los que se dieron vuelta la chaqueta hicieron legión y los que no, se convirtieron en excepción y en blanco favorito de la propaganda oficial, que desde 1990 quedó en manos de los adversarios de la libertad. Entonces el alcalde Labbé, exponente principal de la lealtad política, se fue convirtiendo en una verdadera “bestia negra” para los manipuladores de la propaganda oficial, sobre todo si hacía cosas tan incomprendidas como haber sido la única autoridad nacional que desplegó conductas vindicativas concretas para hacer sentir el repudio nacional contra el contubernio que se formó en 1998 entre la justicia socialista española y el laborismo inglés, para privar arteramente de su libertad al ex Presidente Pinochet en Londres en ese año y 1999.
 
          Y también su conducta fue única cuando años después, en 2011, el país entró en un estado prerrevolucionario, habiendo un gobierno débil y encuestocrático enfrentado a la anarquía desatada desde “la calle” por los totalitarios, que ocuparon y usurparon establecimientos educacionales. Pues entonces la única autoridad en el país que veló por la ley y el orden fue el alcalde de Providencia, Cristián Labbé.
 
Eso ya lo convirtió en un símbolo intolerable para los nuevos dueños de la escena pública y la propaganda oficial. Había uno y sólo uno que hacía valer el principio de autoridad y restablecía la legalidad. Entonces hasta la justicia de izquierda se indignó y la Corte Suprema, en manos de aquella, dictaminó que las “tomas” de establecimientos  no podían ser desalojadas, frente a lo cual los liceos de Providencia fueron retomados y el alcalde ya nada pudo hacer.
 
          A esto se añadió que el sentido del honor y hombría de bien del alcalde se extendían a la solidaridad con sus ex compañeros de armas sometidos a la ilegal persecución político-judicial. En sucesivos años me correspondió participar en la presentación de cinco ediciones de la exitosa biografía del más emblemático de los presos políticos uniformados, un dignísimo oficial de brillante hoja de servicio en el Ejército, el brigadier Miguel Krassnoff (aplausos en la sala) convertido en chivo expiatorio del peor de los jueces prevaricadores de la izquierda, que con acusaciones y jureros falsos y sin pruebas suficientes, burlándose además de la legalidad (pues nunca siquiera lo interrogó ni cumplió el trámite esencial de una declaración indagatoria a su respecto, como era su primera obligación) le impuso sucesivas condenas a decenas de años de presidio, se supone que sólo por haber cometido el pecado imperdonable de haber descubierto la guarida del jefe del MIR, principal grupo terrorista y asaltante de bancos de los años ’70, Miguel Enríquez; y haber replicado al fuego de éste, dándole muerte. Enríquez hoy está cerca de ser canonizado y elevado a los altares por los totalitarios travestidos de demócratas; y además, estaba Krassnoff precedido del poco recomendable antecedente, desde el punto de vista de la izquierda marxista, de ser hijo y nieto de militares rusos blancos que en los años ’40 fueron colgados por Stalin en la Plaza Roja de Moscú.
 
          Entonces el alcalde Labbé, como lo hacía con cualquier vecino que lo solicitara para presentar un libro, cedió al hoy fallecido y muy recordado editor Alfonso Márquez de la Plata, en sucesivas ocasiones, el local del Café Literario y el del Club Providencia para presentar las exitosas reediciones de “Prisionero por Servir a Chile”, la biografía de Miguel Krassnoff escrita por la historiadora Gisela Silva Encina, que se agotaba prontamente en las librerías ante un público deseoso de conocer una verdad distinta de la, entre comillas, “verdad judicial y oficial”, la una y la otra, por supuesto, muy distintas de la verdad real. Todo esto hasta que en la presentación de la quinta edición, en 2011, alguien le envió una invitación al acto al entonces Presidente Piñera, una de cuyas secretarias la respondió diciendo que aquél no podría asistir, pero deseándoles al libro y a su protagonista la mejor de las suertes. Por supuesto, eso no sólo le costó el puesto a la infortunada secretaria, sino que la publicidad del episodio movió a las huestes marxistas a desatar un verdadero escándalo nacional, del cual se hicieron parte,  lamentablemente, no pocos tránsfugas de la gesta libertadora de 1973.
 
Sólo gracias a la firmeza del alcalde Labbé pudimos mantener y llevar a cabo el acto de presentación del libro, pero el terrorismo marxista rodeó el Club Providencia y sometió a diversos vejámenes a quienes asistíamos al lanzamiento, quebrando de paso casi todos los vidrios de la institución a un costo de decenas de millones de pesos para el municipio. Finalmente, quienes concurrimos al acto tuvimos que salir en buses policiales sometidos al apedreamiento de las hoy llamadas “víctimas de atropellos a los derechos humanos” que por la fuerza impiden difundir cualquier versión de la historia que no sea la suya, que han logrado imponer sin contrapeso en el país.
 
          Ese acto de lealtad del alcalde Labbé con uno de sus numerosos camaradas caídos tras las líneas enemigas tuvo un costo político infinito para él, porque las falanges marxistas, con el apoyo de los conocidos Kerenskys chilenos y la legión de defectores derechistas que se han dejado lavar el cerebro o dado vuelta la chaqueta, volcaron todo su apoyo y sus recursos, en la elección municipal de 2012, hacia la alternativa de izquierda a la alcaldía, hábilmente camuflada de “independiente y moderada”. Así, la comuna de Providencia fue la única del país que, merced a esta maniobra electorera, terminó teniendo más electores nuevos que antiguos, y éstos la hicieron caer en manos de los revolucionarios y pusieron término a la prolongada y exitosa gestión de Labbé.
 
Las tardías voces de alarma de los nuestros, que somos cada vez menos, me llevaron a trasladar mi propia inscripción a Providencia antes de la elección, y allí en la respectiva fila ante el Registro Electoral pude comprobar, con sólo oír los comentarios, que la movilización de los detractores del alcalde había sido mucho más masiva que la nuestra. Y eso, sumado a la desidia del electorado de derecha de Providencia, que en gran parte no acudió a votar, se tradujo en la derrota de la única autoridad del país que había hecho valer la fuerza de la ley cuando la anarquía se apoderaba de él.
 
Ése fue el paso previo a la persecución judicial desatada hace poco en su contra, como continuación de la oleada de procesos iniciada por el gobierno de Piñera y su subsecretario Ubilla, que triplicaron las querellas contra uniformados a través de la Oficina de Derechos Humanos del Ministerio del Interior.
 
          El ex alcalde Labbé, entonces, pasó a integrar la nómina de los soldados “caídos tras las líneas enemigas” y entregados a su infausta suerte. Ya se ha hecho costumbre que los uniformados sean condenados por un delito nuevo tipificado por la justicia de izquierda, el de “haber estado ahí”, amén de que con ello se desconocen las leyes de amnistía, de prescripción, de cosa juzgada y la verdad de los hechos. Pero al alcalde Labbé iba a inaugurar la era de un nuevo delito, al ser procesado por el delito de “no haber estado ahí”, porque nunca estuvo donde el tribunal sostenía que habían tenido lugar delitos hace cuarenta años. Por suerte, pese a los esfuerzos del actual Ministerio del Interior, continuador de la persecución desatada por Piñera, la Corte de Apelaciones no ha podido menos que reconocer que no hay prueba alguna de que Cristián Labbé haya estado en el lugar en que supuestamente acontecieron los hechos amnistiados, prescritos y ya antes juzgados, no obstante lo cual ya él ha sufrido las consecuencias de la publicidad negativa, la invención de atrocidades inexistentes y la pérdida de fuentes de ingresos que suscitan estos procesos ilegales, que son tramitados principalmente en papel de diario y a través de micrófonos y pantallas sensacionalistas.
 
          Como el alcalde Labbé fue un hombre público honrado, abandonó su cargo sin medios de fortuna y ha debido enfrentar los gastos derivados de la persecución judicial con las limitadas posibilidades que le da su pensión militar de 600 mil pesos mensuales brutos. Pidió a la justicia, entonces, que le redujera el monto de la fianza para obtener la libertad provisional, de 300 a 50 mil pesos, y la justicia de izquierda le replicó alzándosela a 500 mil pesos.
 
          Por supuesto, nada de esto lo habría sufrido el coronel Labbé si hubiera sido un hombre obsecuente y hubiera virado oportunamente su casaca. Algunos que lo hicieron, aun teniendo un negro prontuario por actuaciones indebidas, no han sido objeto de persecuciones ni querellas, porque los triunfadores de la posguerra compran así a quienes se pasan a sus filas, pero si hay algo que no perdonan, es la lealtad a sus posiciones de los que se niegan a desertar del legado del 11 de septiembre de 1973.
 
          Pero los que estamos aquí reunidos hoy, si hay algo que admiramos, es precisamente la consecuencia política, la lealtad y el coraje para defender la verdad y las propias ideas.
 
          El coronel Cristián Labbé Galilea es el mejor ejemplo de esa patriótica conducta y por eso queremos manifestarle hoy no sólo nuestra adhesión y nuestro desagravio por la injusta persecución que ha sufrido, sino nuestra disposición a acompañarlo y ayudarlo en cualquier emprendimiento político futuro que despliegue para defender los principios en los cuales creemos y que él ha sabido mantener muy en alto.
 
                Coronel Labbé: lo apoyamos, le creemos y confiamos en usted. Su coraje, lealtad y consecuencia son más que nunca necesarios en el Chile de hoy, así es que cuente con nosotros.