noviembre 25, 2005



“Ata una cinta amarilla al viejo árbol....” Así dice una vieja y popular canción norteamericana, y se refiere a una costumbre que se creó con motivo de la ausencia en los hogares de EEUU de sus soldados reclutados para servir en la II Guerra Mundial en los frentes de batalla. Cada hogar estadounidense que tenía un soldado en el frente ataba una cinta amarilla al árbol más próximo a su residencia, señalando que esa casa tenía a uno de sus miembros en el combate y la cinta amarilla estaría atada al árbol hasta su regreso.

Esta costumbre aún se mantiene en EEUU y fue iniciada en la Guerra de Secesión (1861-1865) y se ha repetido en ambas Guerras Mundiales y las guerras de Corea, Vietnam, Golfo Pérsico, Afganistán y Liberación de Irak.

En 1984 mi padre adquirió un fundo que era rematado por el Banco del Estado, en la X Región, en la zona entre Fresia y Tegualda, a 60 kilómetros de Puerto Varas en dirección al oeste.

Era un lugar solitario y salvaje, de pocos planos y suaves colinas, quebradas con cientos de árboles nativos centenarios, copihues rojos y blancos, nacimientos de arroyos, fauna salvaje como pumas, zorrillos, pudúes, loros etc. Era y es un hermoso paraje. Pero económicamente no tenía gran sentido puesto que en los años ‘40 había sido un gran aserradero que había “arrasado” con la flora y fauna de la zona quedando muy poco bosque nativo. Además los caminos eran malos en verano e intransitables en invierno. Pero estas “debilidades” económicas presentaban una ventaja desde el punto de vista de la seguridad por cuanto era difícil llegar sin ser detectado, fácil perderse entre la vegetación y había que ser un gran conocedor del terreno para efectuar algún acto terrorista sin salir dañado.

El día que mi padre tomó posesión del fundo lo acompañé. Viajamos todo un día para llegar a Puerto Varas y al día siguiente emprender rumbo a las tierras por primera vez adquiridas. Realmente no me gustó al verlo: se veía abandonado, sucio, desordenado y lo peor (para mí) es que no veía al típico fundo de la zona central chilena que de por sí es plano. Aquí era todo colina, sin caminos interiores, apenas tenía cercos (que databan de 40 años los pocos que habían) pero contaba con una familia que había estado toda su vida y la de sus padres en el fundo. Grandes y buenas personas sureñas, quienes dentro de su amabilidad tenían un gran conocimiento que fuimos (al menos yo) adquiriendo de los “secretos” del campo. Ese día nos recibieron en su modesta pero enorme casona antigua estilo alemán (no española) con una cazuela de gallina; nunca he comido un pollo tan duro, pero con un gran sabor y amor.

En la tarde recorrimos dónde había que poner la casa y construcciones de apoyo; fuimos a una loma cercana y era especial por cuanto tenía una vista espectacular sobre todo el valle que mira hacia el lago Llanquihue (este no se veía) pero el volcán Osorno estaba al frente y en días claros se veían todos los volcanes de la zona sur, desde el Llayma hasta el Horno Pirén que queda frente a Chaytén. Fue un lugar que a mi padre le apasionó. Estábamos absortos con la vista, así como con el viento que pegaba fuerte desde el sur y mi padre me dice ¿cómo lo bautizo? Me quedé pensando y al verlo a él, estaba a sus espaldas un viejo árbol que no conocía dado mi ignorancia en la flora nativa chilena. Le pregunto al “campero” (el hombre dueño de casa, de gran sabiduría a pesar que no sabía leer ni escribir) y me dice “es un Roble patroncito”. Miré a mi padre y le dije “ya que vas a instalar tu casa aquí, ¿porqué no le pones Viejo Roble, tanto por el árbol como por ti?" Se río y así fue bautizado. Sería famoso un tiempo ese nombre en la prensa nacional once años más tarde.
Estaba yo en 1990, fuera del Ejército con una “democracia” recién estrenada y mis padres separándose definitivamente. A pesar que estaban separados ya varios años, vivían juntos en la misma casa de Príncipe de Gales en Santiago, y yo con ellos. Habían sido buenos años (los ‘80) junto a mis hermanas, sus maridos y sus niños, ya que en el enorme y hermoso jardín de la casa, mi padre había construido una piscina que disfrutamos como nunca hasta hoy, así como los infaltables asados los domingos en familia y las navidades todos juntos. Realmente hecho de menos aquellos buenos tiempos. No sabíamos el infierno que nos deparaba el destino.

La casa se vendió a un Banco y mi padre partió definitivamente a vivir al campo y mi madre a un departamento. Yo había conocido a una mujer separada y estaba viviendo con ella; no duré mucho. Luego me fui a vivir un año a Viña del Mar. Entre estos acontecimientos me había hecho cargo de lo último que quedaba de la oficina de Seguridad Alfa-Omega en Santiago, pero fue sólo para terminar vendiendo los departamentos y adquirir un crédito en la CORFO a fin de comprar un aserradero que mi padre pensaba instalar en el campo para trabajarlo con madera ya que los animales daban poco resultado debido al frío de los inviernos (tiene un clima parecido al de la XI Región, y montañoso) por lo que se usarían los activos de Alfa-Omega para cubrir parte del crédito y se afectarían hipotecas para el aseguramiento de éste.

Esos años entre 1991 a 1995 realmente fueron años más que perdidos para mí. Me fui en buen chileno “a la mierda”; no conseguí volver a la Universidad Gabriela Mistral a pesar que doña Alicia Romo le había prometido a mi madre mi reingreso cuando saliera en libertad, y cuando esto ocurrió me exigió personalmente “otro requisito” que era obtener en el proceso la eximente de responsabilidad criminal de legítima defensa. Cuando estos imposibles se cumplieron ella no cumplió. Además había cambiado el gobierno y mi nombre era cada vez más peligroso.

Fui de Universidad en Universidad privadas (que tenían cuarto año de derecho ya en sus mallas curriculares) tratando de ser aceptado y todas se “disculpaban” con un NO. La Mistral, la Central, la Diego Portales, pero la que fue un chiste fue la Universidad de Las Condes: me presenté con todo mi currículum académico y uno de sus directores me pidió ver mis “antecedentes penales y el fallo del Ministro Bañados”. Lo hice y fui aceptado. Un día antes del ingreso a clases me llegó una carta de puño y letra del Director de dicha Universidad el ex Director General de Carabineros y miembro de la Junta de Gobierno César Mendoza Durán, quien se excusó de aceptarme por “convivencia universitaria”. Recuerdo con frustración y amargura ese hecho. Mi padre al enterarse le envió una carta también de puño y letra a este “señor” y creo que le dijo varias situaciones personales y de su familia que no habían sido del todo correctas durante el Gobierno Militar, sobre todo desde el punto de vista económico y relativo a los numerosos viajes al extranjero de sus hijas.

Pero como buen “Contreras” seguí tras mi objetivo. Me presenté a la Universidad Andrés Bello cuya Rectora era doña Mónica Madariaga quien me recibió muy cariñosa, y me mandó a hablar con el Decano de Derecho. Este hizo un informe de mi situación y se me exigió dar de nuevo “exámenes de conocimientos relevantes” de las 17 cátedras que tenía aprobado de la carrera. Les hice ver lo cómico de la exigencia por cuanto yo los había aprobado frente a comisiones de la Universidad de Chile como ente rector Estatal del conocimiento de la ley por mi parte y era ridículo que una Universidad privada aún no acreditada me pidiera tales exigencias. Pero no hubo caso. Más pesó el cómo me llamaba. En fin...lo acepté y me dieron un plazo de cuatro meses para ponerme a estudiar y rendirles dichos “exámenes”.

Me fui al campo de mi padre para ayudarlo y a la vez estudiar. Fue un buen tiempo, por fin estuve con él solo y pude conocerlo mejor. Me llamó la atención su sencillez y sobriedad. La casa no era más que una cabaña con una estufa a leña en un pequeño living comedor que tenía el infaltable televisor (que me carga hasta el día de hoy) su pieza no tenía closet sino un espacio en la pared donde estaba colgada su ropa con plástico protector y una pequeña estufa también a leña que él prendía todas las tardes. Su escritorio era un pequeño habitáculo al lado de su pieza, pero con una vista extraordinaria hacia el volcán Osorno. Fuera de la casa había otras construcciones para el personal de guardia (militares de su escolta) una pieza de visitas, otro escritorio para recibir a los trabajadores y ver los asuntos del fundo, un contenedor como bodega y un canil para los perros. Todo el sector de la casa estaba cercado y tenía dos entradas una para vehículos y otro para los caballos y personas. Parecía un Regimiento. Todo estaba en orden y funcionando. A la entrada se había construido todo el campamento para los trabajadores y el enorme galpón para el respectivo aserradero que estaba en funcionamiento. Además mi padre como buen Ingeniero Militar había hecho varios caminos interiores y puentes. Realmente era un paraíso de tranquilidad, pero muy solitario y austero. Siempre le decía que me recordaba una figura de metal de Napoleón en su exilio de la isla de Santa Helena que se encontraba sobre la chimenea de entrada del antiguo Club Militar de Alameda con su estilo señorial y centenario, su hermoso comedor con dos enormes cuadros, uno de la Batalla de Chacabuco con O’Higgins al ataque y el otro del Ejército Libertador con San Martín y O’Higgins cruzando la cordillera para liberar Chile.

Me fui del tema...¡ah! que me recordaba esa escultura metálica de casi medio metro de altura que representaba a Napoleón sentado con su uniforme, con sus botas en dirección hacia un fogón (iluminado con una lamparita en su interior) y los brazos cruzados. Siempre me representó la sobriedad militar. ¿Dónde estará esta pieza histórica?

Llegó el mes de septiembre de 1991, el 18. Lo celebramos como correspondía así como el 19 que es el Dia de las Glorias del Ejército. Pero yo estaba preocupado; Aylwin (el Presidente) había intervenido groseramente en el Poder Judicial y les exigía “investigar”, a pesar de estar vigente una ley de amnistía la cual extingue por completo la pena y sus consecuencias, pero mañosamente y con brutal intervención e inconstitucional aprobio se dejaba actuar de esta forma. Y se había nombrado a un Ministro “especial”, Adolfo Bañados Cuadra, para investigar el Caso Letelier, ya visto por la Corte Suprema en 1978. Pero insistían.

El día 20 de septiembre notifican a mi padre que está detenido. Faltaba UN DÍA PARA QUE PRESCRIBIERA LA ACCIÓN PENAL. Al día siguiente llegan varios detectives, todos muy caballeros, sonrientes, humildes y cautelosos. Para mi sorpresa veo que el jefe de esta “expedición” era Rafael Castillo. Al otro día partimos para Santiago hacia el lugar de reclusión de mi padre. Y para mí...adiós a los estudios de los “exámenes”. Me aboqué por completo a defender a mi padre ante la prensa mientras duró esa detención que fue hasta diciembre. Sí me alertó el hecho que no hubo abogado que lo quisiera defender, por lo que Bañados nombró a uno del turno quien para sorpresa de todos resultó ser un excelente profesional, muy estudioso y tranquilo.

En 1992 a 1994 estuve en forma intermitente entre Santiago y el Viejo Roble, donde mi padre había vuelto pero sujeto a restricción judicial mientras continuaba el Proceso, así como yo veía otro “proceso” que era el ver a mi padre cada vez más abandonado a su suerte, pero él muy confiado que no sería condenado o al menos no iría a la cárcel. Yo veía todo lo contrario. Y no era por ser “brujo” sino me bastaba ver que el General Pinochet había realizado dos maniobras militares para “asustar” al gobierno a objeto de que no se investigara a su familia por problemas de dineros, lo que le resultó, ya que el Presidente Frei dijo que “por razones de Estado no continuaba investigando”, pero apoyo a mi padre no existía.

Años después me enteraría que en la primera oportunidad que Pinochet acuarteló al Ejército, el Presidente Aylwin le pidió a su Ministro Enrique Krauss que se contactara con el general Jorge Ballerino a objeto de “hacer una ley de punto final”. Este general le dijo a Krauss “que no era necesario....que sólo bastaba no molestar a Pinochet y su familia”. Este sujeto que quería ser el próximo Comandante en Jefe tenía la “Teoría de los Fusibles” la cual implicaba que no importaba que se “quemaran los fusibles mientras no se quemara el motor principal”. Esto era en alusión a que no importaba que se fueran a la cárcel cuanto militar hubiese mientras no tocaran a Pinochet y su familia. Este indigno general estaba a cargo del “Comité Asesor” que era una repartición POLÍTICA AL INTERIOR DEL EJÉRCITO cuya única función era seguir viéndole los aspectos políticos a Pinochet, quien se refugiaba en la Comandancia en Jefe del Ejército, esperando ver logrado su “sueño de ser un intocable” como Senador Vitalicio más adelante. Y para eso no debía ser “tocado”; y esa era la función de este Comité Asesor. A este general Ballerino le decían “Top Ten”, ya que sus subalternos le veían que llegaba a las 11 de la mañana, jugaba golf con políticos y empresarios y se retiraba muy temprano. Amén que pasaba en comidas, cócteles, etc. Lamentablemente su hijo se casó con la hija de mi primo hermano.

Esos años que pasé junto a mi padre fueron imborrables; cada mañana me iba a trotar por los caminos interiores junto a los perros, luego iba a ver cómo estaba el trabajo en la planta maderera, después almorzábamos y por las tardes recorríamos el fundo a caballo. Todos los días. Era una buena rutina ya que TODOS TRABAJABAN AL VER AL PATRÓN ENCIMA y conocíamos cada vez más cada recoveco de este maravilloso lugar. Había un sector que estaba dentro de un bosque nativo con árboles de más de 400 años de antigüedad, y sus topes verticales se juntaban cerrando el paso a la luz pero esta entraba en forma indirecta, lo que hacía florecer miles de copihues tanto rojos como blancos que se descolgaban de la frondosa vegetación. Además había un sector de frutillas silvestres que a la yegua que mi padre montaba (se llamaba Fabiola, en “honor” a Fabiola Letelier) le encantaba comer.

Por las tardes al llegar cenábamos, y siempre hablando de historia militar; para mí fue un gran profesor. Recuerdo una de aquellas que íbamos montando de regreso a casa, en invierno, y de pronto todo se cubre de un manto gris y un gran silencio: comenzó a nevar. Al amanecer todo era blanco y frío pero despejado, muy bonito. Pero un toro, el más regalón de mi padre (un Angus de 800 kilos) llamado “Oso Negro” que más bien parecía un bisonte, había roto los cercos y estaba al lado de la casa, refugiado cerca del escritorio. Fue bien divertido ya que mi padre ordenó no sacarlo y ahí se quedó un par de días.

Algo que aprendí en el “Viejo Roble” fue el hecho que se me acrecentó el amor a la naturaleza y a los animales. Recuerdo que cuando salí en libertad en 1989 me fui al campo una semana, y el campo de “abajo” (hacia el camino a Fresia) era un coto de caza de ciervos reales salvajes que habían traído los colonos alemanes en el siglo XIX, y el dueño de ese predio era el típico prepotente “patrón de fundo” (que son hacedores de comunistas debido a su despectiva conducta y preocupación por el pueblo) quien cobraba en dólares a cazadores para matar un ciervo, y tenía instalado unas “casetas” en los árboles donde se instalaba el cazador esperando a su presa.

Pues bien, uno de esos días recién llegado de mi problema, me fui a cazar y para ello tomé un fusil con mira telescópica y partí. Noté un disgusto en la cara de mi padre, ya que no sabía que él tenía prohibido cazar al interior del fundo. Estuve varias horas buscando al ciervo y me senté en el faldeo de un cerro a fumar un cigarro...y veo un caballo al frente de la otra colina a unos 200 metros; no era un caballo, era un hermoso ciervo macho con sus enormes astas. Me paré, pasé bala y lo apunté sigilosamente mientras él miraba y olía el viento con su hocico hacia arriba...lo tuve en la mira por varios segundos...y me mira. Me fue imposible dispararle...levanté el fusil y disparé hacia el aire. Y el ciervo se alejó velozmente y vivo. Volví a la casa ya anocheciendo y le conté a mi padre que no pude ni quise ni quería volver a matar a un animal inocente nunca más...nos reímos pero no pude contener las lágrimas. Me abrazó y nos tomamos unos buenos tragos hasta el amanecer mientras escuchábamos sus boleros de Leo Marini.

Una tarde íbamos por el bajo del fundo un escolta militar y yo revisando los cercos (había que hacerlo siempre) y nos bajamos a mirar. De pronto sentimos el sonido como de una “avispa” que pasa cerca, pero no era verano, y luego se oye la detonación de un disparo. Vemos que salía un poco de humo de un árbol cercano y le disparamos varios tiros con fusiles HK del Ejército. Esperamos...y era un cazador que estaba en una de las casetas y le había disparado a un ciervo al cual no le acertó pero sí a nosotros por centímetros, y casi lo damos de baja. El tipo (un millonario) bajó tiritando del árbol y nunca más nadie se atrevió a cazar ahí mientras estuvimos nosotros. Era magnífico ver en septiembre a los ciervos hembras con sus crías recién paridas, las cuales ya no nos temían y se acercaban a los niños especialmente.

Así como a unos cien metros de la casa hacia arriba en dirección a la entrada del fundo, había un sector que los lugareños le llamaban “el paso del león”. Un día me fui hacia ese lugar a ver si veía “algo” junto a uno de los perros. De pronto veo que éste ladra y se va corriendo en dirección a la casa, me doy vuelta y veo a un puma hembra a unos 20 metros tranquilamente caminando con tres cachorros atrás de ella...y se internan en el bosque. Lamenté no haber tenido mi cámara fotográfica. Fue un momento maravilloso.

Así fue la calma antes de la tormenta que se avecinaba. Era ya 1994 y yo había logrado “ingresar” de nuevo a una Universidad privada, “La Real” en donde tuve que de nuevo dar los 17 exámenes de mis cátedras ya aprobadas y logré pasarlos de nuevo por segunda vez, pero con gran indignación de mi parte. Volvía a Santiago, y una noche, temprano antes de cenar escucho que mi padre está hablando por teléfono; vuelve muy molesto a la mesa y me comenta que estaba llamando a Ricardo Claro a su fundo cercano a Temuco y que éste le había salido al teléfono y le había dicho ¡DÉJAME DE LLAMAR POR FAVOR! y le había cortado el teléfono. Me quedé callado al ver su cara de impotencia. A las horas mientras veíamos una teleserie brasileña en televisión, suena el teléfono y voy a contestar; me dicen ¿El General Contreras por favor? ¿De parte de quién? le digo yo, y me dice “Ricardo Claro”. Le digo a mi padre y yo vuelvo al comedor. Al rato vuelve y me dice que este personaje le daba explicaciones por lo sucedido ya que estaba comiendo con “unos políticos” y no “quería que se enteraran de esa amistad y por eso lo había tratado así”. A mí no se me olvidaría jamás lo cara de palo de este hombre.

Ya en 1995 la tormenta estaba entrando fuerte. Se anunciaba la pronta ratificación de la condena de mi padre (ya lo había hecho el Ministro Bañados, a siete años de cárcel) por una Sala de la Corte Suprema, que integraban dos miembros que mi padre había ayudado a llegar a ser Ministros de esa Corte: Hernán Álvarez y Servando Jordán (al cual además le había regalado una sub-ametralladora para su “protección” de su casa en el Cajón del Maipo, ya que le habían robado varias veces) y estaba tranquilo, no por estos hechos sino que su abogado Sergio Miranda le había dicho que la condena era por “presunciones de presunciones” de un testigo pagado y que no se encontraba en Chile, lo que era insólito para nuestra legislación, por lo que estaba seguro que la Corte Suprema rectificaría dicho fallo.

Pero yo tenía otra impresión. Desde que Aylwin se había entrometido en el Poder Judicial, NADIE PIDIÓ LA INTERVENCIÓN DEL CONSEJO DE SEGURIDAD NACIONAL POR ESTA INCONSTITUCIONALIDAD, me hacía pensar que el nombramiento de Bañados fue siempre para condenarlo, no importando el costo, y que para Pinochet con la “Teoría de los Fusibles” no haría nada por mi padre y que esperaría que lo tomara como “otro sacrificio por la patria” su condena a la cárcel.

Además un General amigo me había contado que en una reunión de generales con Pinochet, que este les había gritado “¡Hagan algo!”, para cambiar la situación y presionar para que mi padre no fuera condenado. Este general puso en alerta a su División y se le acercó otro general más antiguo quien le ordenó retirar ese “estado”, pero mi amigo le respondió “usted no me puede ordenar eso”. Y ese general se fue donde Pinochet y lo convenció que le ordenara al general amigo que retirara la alerta de su División. Es decir convencieron a Pinochet de dejar solo a mi padre. Las ambiciones por ser Comandante en Jefe de muchos primaron por sobre sus lealtades hacia mi padre; tenían que congratularse con el gobierno. No todos, pero sí los más relevantes lo hicieron. Y no lograron llegar a ese cargo.

Ya a mediados de ese año se da a conocer el fallo condenatorio de mi padre confirmado por todos los Ministros de la Sala. Ese día fue expectante; yo me encontraba en Santiago y junto a mi madre y varias señoras de oficiales nos fuimos a almorzar a la casa de mi hermana Alejandra cuyo marido era Teniente Coronel de la Escuela Militar. Estuvimos frente al televisor cuando el Secretario de la Corte con una cara de gran felicidad da a conocer “que se confirma el fallo”, además de las cientos de personas que aplaudían este inusual fallo político que a todos les convenía menos a nosotros, y que una vez más mi padre pagaba por “todos”.

Mis otras hermanas estaban en el extranjero: Mayté en Israel donde su marido, Coronel de Ejército era Agregado Militar; Mariela en Pakistán donde su marido, Teniente Coronel de Ejército cumplía su labor para la Misión de Paz de Naciones Unidas entre India y Pakistán. Las dos nos llamaron a la casa de Alejandra y tomaron ese mismo día un vuelo (son varios dado la distancia; casi a la mitad del planeta) para Chile ya que sabíamos que la situación era delicada por cuanto nuestro padre no es un hombre dócil frente a las injusticias y deslealtades. Además de conocerlo como un “General de guerra y no de desfile”.

Mis dos hermanas que venían en viaje tuvieron que hacer escala en Madrid y alojaron respectivamente en la casa del Jefe de la Misión Militar, general Juan Emilio Cheyre quien las atendió muy bien y les deseó a ambas la mejor de las suertes para nuestro padre.

Apenas llegaron mis hermanas, solas, partieron las tres al campo más mi cuñado que estaba en Chile. Yo me fui un par de días después y el Ejército me insistió en llevar a un “hombre de ellos para que me cuidara”. Extraño por decir lo menos. Llegué al fundo por la noche luego de haber manejado todo el día y me encontré con decenas de periodistas, lo que era muy bueno ya que mientras estén ellos presentes, menos posibilidades hay que se registren situaciones ilegales.

Tenía que firmarse el “cúmplase” del fallo, que es un trámite para detener a la persona que debe cumplir condena y se hace por la fuerza si se resiste. Este trámite se demoraba..., y mientras llegaban al fundo todos los días cientos de personas que fueron a apoyar en esos momentos a mi padre ante la situación. Fue emocionante ver a tantas personas desconocidas viajar desde Osorno, Valdivia, Temuco, etc, para esto.

Mientras tanto, el Canal 13 (donde yo tenía varios amigos) nos había pedido tener equipos al interior del fundo con personal de ellos y antenas satelitales para comunicación directa de los hechos. Al principio mi padre se opuso pero lo convencimos que era mejor para su propia seguridad tenerlos ahí ya que había una fuente de comunicación independiente de nuestros medios en caso de ocurrir algo ilegal.

Recuerdo muy bien a aquellas personas y nos llamó la atención que varias veces a todos se nos cortaba la señal de nuestros celulares. A todo esto, el Ejército había dispuesto un reesfuerzo de la guardia con dos hombres más y el que me había acompañado a mí; pero lo único que veía en ellos era comunicar las actuaciones de mi padre que cuidarlo; en ese tiempo tener un celular era un lujo, y varias veces vimos a un sargento hacer llamadas escondido con uno de estos aparatos; tanto fue así que uno de los fieles escoltas de mi padre estuvo a punto de golpear uno de esos “por traidor”.

Llegó el día sábado de esa semana y se ve en los noticiarios al Ministro Bañados decir “que no habrá cúmplase hasta la otra semana”. Eso calmó los ánimos e hizo que los periodistas que estaban a la salida del fundo más los del interior se tomaran esa noche “libre”. Yo estaba cansado y me fui a acostar temprano, a mi saco de dormir en el escritorio exterior de las dependencias ya que la casa estaba llena.

Más menos a la medianoche, me despierto con ruido de vehículos y gritos y me golpea la puerta mi cuñado y me dice “¡NEGRO VÁMOSNOS QUE VIENEN LOS TIRAS!”
La verdad es que para mí hasta ese momento, y conociendo al Ministro Bañados, era lógico que Investigaciones viniera a detener a mi padre, pero el Director de esta institución lo había llamado y dicho que él iría personalmente y desarmado. No entendía bien qué estaba ocurriendo; cuando salgo al exterior veo hacia al bajo del fundo y se divisa un vehículo y sabía que iba mi padre con sus escoltas. Ahí me preocupé; además veo a la mujer de mi padre que estaba alterada, lloraba y gritaba que nos fuéramos, mientras mis hermanas y cuñado se subían a sus vehículos y hacían lo mismo. Les grité que “iría después”. Me quedé ya que pensaba que si venía la policía tenía que haber “alguien” para informar la situación; al menos así lo tomé yo.

Lo que yo no sabía es que en la noche había ido un capitán de Carabineros tres veces (de inteligencia y que después desmintió todos los hechos, pero su estadía está registrada) al fundo y entró a hablar con mi padre y los presentes (menos yo que me encontraba en los brazos de “Morfeo”) hasta que fue atendido y le dice a mi padre que le han ordenado comunicarle que han registrado el paso de una caravana de vehículos de Investigaciones que vienen a detenerlo esa noche y que ya hay varios al interior del fundo, y que la detención será violenta y con todo.
Terminó diciendo “vienen a hacer el numerito del año”. Y le pidió a mi padre que abandonara el fundo así como los familiares. Me dirían después que mi padre no reaccionó en ese momento hasta que mis hermanas lo convencieron; éste se subió al jeep con sus escoltas y armamento para un enfrentamiento, pero él ya tenía un plan en caso de esta situación que se estaba presentando. Y eso es lo que yo vi cuando salí al patio y veo al jeep que va hacia el bajo del fundo en dirección al coto de caza, para cruzarlo y llegar al camino que va a Fresia y luego a Puerto Varas donde está un Regimiento. El Ejército mismo estaba indignado con la condena de mi padre.

Cuando todos ya se habían ido entré a la casa y pude ver todo en desorden, así como las joyas y relojes de mis hermanas en las piezas; eso me dio la sensación que lo que venía era serio. De inmediato tomé un fusil con cuatro cargadores, tres granadas de mano y mi pistola CZ con dos cargadores. Recogí todo los efectos personales que pude de mi padre y mis hermanas y los puse en una maleta para llevarlos hacia fuera y ponerlos en mi auto, y le pedí al hombre que me había acompañado desde Santiago que se llevara mi auto a Tegualda con estas pertenencias al Retén de Carabineros, lo que hizo y muy asustado.

Luego veo que los otros dos hombres que el Ejército había dispuesto para la seguridad estaban muy tranquilos vistiéndose en una de las piezas de servicio (lo que me preocupó) y le pregunté a uno de ellos “¡Cuáles son sus ordenes!” Y me dice “Yo estoy aquí nada más que para ataques terroristas”, y con mi indignación creciente le dije “¿Ha estado alguna vez en uno, imbécil, como para saber distinguir sin son buenos o malos?” Y veo que este sujeto se abalanza sobre un arma que tenía en la cama, pero yo ya lo tenía con mi CZ apuntando con bala pasada y el dedo en el disparador en la “T” (siempre se tumba a un sujeto si se sabe alojar una bala en la T que forman , en su cuerpo, dos líneas imaginarias que van de una sien a la otra por el entrecejo, y desde el puente de la nariz hasta la base del esternón. Debe hacerse muy de cerca, casi a quemarropa) por lo que quedó paralizado; el otro trataba de calmar la situación sin tomar parte activa de nada. Pateé el arma de este sujeto y lo hice salir arrodillándose con las manos atrás de su cabeza y los pantalones abajo y sin las botas. Les grité a ambos que se fueran corriendo y les di treinta segundos para desaparecer sino les disparaba. Estaba claro que estos pelotas no estaban ahí precisamente para defender a nadie.

Me quedé completamente solo y tratando de pensar qué iba ha hacer si se presentaba el personal de Investigaciones: si venían con sus luces prendidas y en buena actitud, el recibimiento sería igual; pero si no.... Mientras, tomé el teléfono de la casa y llamé a varios generales despertándolos en Santiago dando aviso de la situación, y se corta la luz. Al cortarse la energía eléctrica se cortaba el teléfono; veo el celular con mi linterna y estaba sin señal (después me enteraría que si se le corta la energía a la antena base transmisora de los celulares, estos no pueden transmitir; así de simple). Ahí pensé “están cerca”.

Salí al patio y pasé los cercos (conocía cada centímetro del campo, sus quebradas, distancias desde la casa y las zonas de penetración que eran dos para llegar hasta ahí) me tiré a tierra cubriéndome atrás de unos setos y escuché a los Queltehues (los pájaros que cuidan muy bien su territorio) que estaban volando y gritando en los potreros frente a mí y en la quebrada de mi izquierda, es decir por los lugares de acceso a la casa. No lo dude un instante: disparé de inmediato tres ráfagas cortas en dirección a la primera de las quebradas (era una noche muy oscura y el fuego del fusil delataría mi posición) y luego lo mismo a la otra; esta acción la repetí tres o cuatro veces hasta que agoté tres cargadores. Me replegué a la casa y el fusil estaba ardiendo; sólo me quedaba un cargador, la pistola para “encuentros cercanos”, las granadas de mano que las ocuparía para pasar por sobre ellos y huir en dirección a Tegualda por caminos que muchas veces recorrí de noche, y precisamente para estos efectos; más un puñal de combate por si era necesario ocuparlo en el momento que se me agotaran todas las municiones (solo para hacerme paso; se debe agarrar la cabeza, tirar de ella hacia atrás y cortar hasta que se haya cercenado la traquea y se esté a punto de quedar con la cabeza en la mano; así no hay quien se revuelva o grite).

Ocuparía una granada para incendiar la casa, ya que de esa manera podría verse a la distancia el incendio y llegaría más pronto la ayuda; pero antes me dirigí al contenedor que en su interior estaba el grupo electrógeno que funcionaba a bencina y logré prenderlo y llegó la luz. De esa forma tenía el teléfono ya que este funcionaba con energía eléctrica y era del sistema de comunicaciones del Ejército y dudaba que hubiesen cortado este sistema. Entre a la casa y llamé a medio mundo...debían haber pasado ya unos veinte o treinta minutos desde el corte de luz y mis disparos, ya que el cañón del fusil estaba frío.

Me fui para fuera y esperé...nada más. Había conectado el teléfono hacia el exterior y los periodistas venían en camino; eso me tranquilizó un poco, aunque el corazón me salía por la boca.

Comenzó a amanecer y veo que vienen ya vehículos del Ejército y mis hermanas. Todo había terminado y yo me llevé los retos inimaginables de éstas por haber disparado...pero no las tomé en cuenta. Al fin y al cabo el único que se había quedado en la casa era yo y los perros. Y mi padre ya estaba a salvo en el Regimiento “Sangra” de Puerto Varas. Y cualquier cosa que hubiese sucedido no les había resultado. Después entenderían mis hermanas la verdadera situación.

Dormí algo, y me fui a ver a mi padre. Entré al Regimiento y el Comandante me pidió no hablar con la prensa; pero yo ya había hablado e insultado a la Policía de Investigaciones. Entré a ver a mi padre quien estaba en una de las cabañas y muy enfermo.
Además estaba llegando la Compañía de Comandos de Valdivia y dos vehículos Caza-Tanques. Eso me tranquilizó su seguridad; pero el gobierno creía todo lo contrario. Me dicen que debo viajar a Santiago en tres etapas, y al final ir a ver al Ministro Bañados y darle explicaciones de lo sucedido personalmente. Dije conforme, me despedí de mi padre que volvía al campo con los Comandos y los Caza-Tanques para su protección.
Yo no sabía que ya el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea se habían coordinado para sacar a mi padre del campo con toda seguridad y llevarlo al Hospital Naval de Talcahuano. Y el gobierno celebraba con champagne la salida de mi padre del Regimiento sin tener idea de lo que vendría.

Esa noche me fui a Osorno; al día siguiente a Linares y al subsiguiente entré a Santiago. Fui de inmediato a ver al Ministro quien fue muy atento conmigo y me dijo “yo no di orden alguna de detener a su padre; en estos momentos le están buscando un lugar conforme a su rango y calidad de General”. Le agradecí con un apretón de manos y me fui.
Jamás volvería al “Viejo Roble”.

Días después tuve que ir obligado a pedirle disculpas a Nelson Mery (Director de la Policía de Investigaciones) por mis insultos a su institución y me llamó la atención que me preguntara “con qué fusil había disparado”. Y su tesis fue echarle la culpa a Carabineros.

Tiempo después, en noviembre, Inteligencia del Ejército nos hace llegar el siguiente documento:

“Carlos Rubén Vergara Fernández, C.I. 9.619.145-6, quien declara: Ingresé a la Policía de Investigaciones en 1992 como Auxiliar en las dependencias de la Brigada de Inteligencia Policial ubicada en Av. Pajaritos 5785, siendo más tarde Guardia Armado de la Policía, e hice amistad con varios policías y otros Guardias quienes obtuvimos información relativo a la incursión de funcionarios de esta Unidad en el predio del señor General ( R ) Manuel Contreras Sepúlveda.
Efectivamente me encontraba de guardia en los días previos a lo que se conoció como “el enfrentamiento”. Estando de servicio fui testigo de prolongadas reuniones de oficiales y jefes de esta Unidad de Inteligencia. El día jueves de esa semana salió en dirección al sur una comitiva de esta Unidad compuesta por:
Comisario Hernán Opazo Cerrato, “Camilo” quien actuó como coordinador.
Sub-Comisario Jorge Zambrano Araya, “Cristián”, Jefe de Grupo.
Pedro Riveros Aedo, “Martín” como Jefe de Avanzada.
Inspector Luis Carreño, “Ariel” y el Inspector Espinoza, “Javier”
Detectives:
Patricio Villanueva Alegría, “Marcelo”, fotógrafo de la Unidad.
Claudia Domínguez Leiva, “Carla”.
Paola Urrecelqui Duarte, “Natalia”.
Luis Varas Zumaran, “Cristóbal”.
Patricio Bascuñan Acevedo, “Felix”

Se movilizaron en los siguientes vehículos:
Automóviles 1282 placa KE-73-71, 1283 placa KE-7372, 1277 placa KE-7366, 1166 placa DU-10-19; 1181, placa DU-10-31; Furgón 1266 placa DU-89-47; furgón 866 placa EY-83-57; moto todo terreno placa EL-735.

La noche de ese sábado (ya tenían un puesto de observación o vivac) y madrugada del domingo, en coordinación con otros efectivos de Investigaciones, elementos de esta Unidad incursionaron en el predio con el objetivo de llevar a cabo la detención del General ( R ) Contreras. Por razones que desconozco el grupo fue avistado aún encontrándose lejos del objetivo PRODUCIÉNDOSE UN INTERCAMBIO DE DISPAROS CON PERSONAL DEL FUNDO. LUEGO SE PUDO PRECISAR QUE QUIEN REPELIÓ LA INCURSIÓN FUE EL SEÑOR MANUEL CONTRERAS VALDEBENITO; AGREGANDO ADEMÁS QUE DE HABER ESTADO MÁS CERCA EL GRUPO CUANDO INGRESÓ, HABRÍAN ABATIDO A CONTRERAS HIJO, PERO ESTE LOS TOMÓ TAN DE SORPRESA QUE NO LES PERMITIÓ REACCIONAR.

ENTRE LOS FUNCIONARIOS QUE EFECTUARON DISPAROS AL INTERIOR DEL FUNDO SE ENCUENTRAN PEDRO RIVEROS AEDO, PATRICIO VILLANUEVA ALEGRÍA, LUIS CARREÑO HONN Y EL INSPECTOR DE APELLIDO ESPINOZA.

Y LUEGO TUVIERON QUE ABORTAR LA MISIÓN Y VIAJAR DE VUELTA A SANTIAGO YA QUE SE NOS ORDENÓ REFORZAR LA GUARDIA POR TEMOR A REPRESALIAS POR PARTE DEL EJÉRCITO....”


Este documento (son dos) es un poco más largo, pero ahí están los detalles. Yo recuerdo esa noche sentir silbidos zumbantes cerca de mí y en varias direcciones, pero en alto; además mis propios disparos me dejaron sordo.

Todos estos hechos fueron denunciados ante la Justicia....y jamás pasó nada. Y está claro que los sujetos no iban dispuestos a “detener” a mi padre...¿no?

A principios de 1996 fui al Palacio de Tribunales y solicité audiencia con el flamante y recién nombrado Presidente de la Corte Suprema Servando Jordán. Su secretario me dijo que podía ser para “un año más” y le pasé mi cédula de identidad. Volvió y me hizo pasar... Servando Jordán me saludó muy respetuoso y preguntándome “¿Cómo está Manuel?” (por mi padre). Luego dijo, mirando por la ventana hacia fuera, “usted hubiera visto ese día del fallo, había cientos de personas acá fuera gritándonos y amenazándonos...."LOS MINISTROS TUVIMOS MIEDO....”

Ha sido el día que más me he arrepentido de no haber llevado una grabadora. Esas palabras bastaban y bastan para revisar y anular una sentencia dictada por la misma Corte Suprema.

Nos vemos.