octubre 27, 2005



“READY FOR ANYTHING” es el lema de los Paracaidistas británicos cuya imagen se ve en la fotografía izando la “Union Jack” en una granja de Darwin en las Islas Falklands, al vencer a tropas argentinas en la batalla de Goose Green en mayo de 1982.

Abajo se ve a soldados argentinos que murieron en este combate. Es trágico pero es la realidad de la guerra. Jóvenes que no sabían a lo que iban y sin motivación alguna. Sólo cumpliendo las ordenes de un Alto Mando de su ejército involucrado en el gobierno de Argentina, el cual estaba en sus peores momentos por cuanto a diferencia de Chile, ellos no sabían qué hacer con el mando de su Nación.

Y no se les ocurrió mejor idea que llevar adelante la “Operación Rosario” en abril de ese año de 1982. Esta tenía por objeto la ocupación de las Islas Malvinas y luego las islas del canal de Beagle lo que implicaría una guerra con Chile. Pero no les importó. Tenían que desviar la atención de su pueblo con guerras nacionalistas que sólo la pueden ejecutar mentes torcidas.

Los argentinos jamás creyeron que Inglaterra reaccionaría, pero menospreciaron a su enemigo lo que jamás debe hacer un buen Comandante. Y Gran Bretaña tenía a uno que era mujer: Margaret Thatcher. Ella envió una Flota Expedicionaria al Atlántico Sur compuesta de varios navíos de guerra y transporte de tropas llevando lo más selecto de su ejército.

Cuando comenzaron las operaciones a principios de mayo, Argentina o mejor dicho los ocupantes de la Casa Rosada (al pueblo argentino se les ocultó la realidad) comprendieron que debían hacer frente a una guerra de verdad. Y vino el desembarco de las tropas inglesas en Bahía San Carlos al norte de las Falklands. Los argentinos emprendieron un duro ataque aéreo a la Flota Británica cuyos buques recibieron todos al menos una bomba en sus cubiertas, pero el personal de tierra argentino fue bastante deficiente ya que armaron mal las espoletas y las bombas no detonaron. Las que sí lo hicieron hundieron tres buques. Pero no lograron detener el desembarco inglés.

Al día siguiente las tropas inglesas debían asegurar la cabeza de playa y para ello debían eliminar a la guarnición argentina que se encontraba a poca distancia, en la península de Darwin. Una Unidad del SAS había realizado un reconocimiento por fuego la noche anterior y estimó, erróneamente, que las fuerzas enemigas eran no más de 500 hombres.
Por este motivo el mando británico dispuso el envío de un solo Batallón de Paracaidistas a cumplir la misión; estaban el 2º y el 3º. Los comandantes de éstos lanzaron una moneda al aire para ver quien iría: ganó el 2º.

El día 28 de mayo en la noche comenzó el avance del 2º Batallón de “Paras” hacia el despoblado de “Goose Green” donde se encontraba apostado para la defensa un Regimiento completo argentino (el 25). Los fuegos y combates fueron intensos toda la noche y parte de la mañana y el comandante inglés no entendía por qué su Batallón no avanzaba como correspondía a lo planificado. Fue personalmente a la primera línea del frente y se lanzó en un asalto frontal contra las posiciones argentinas; murió en pleno combate. Herbert Jones tenía 42 años de edad.
Cuando cayó muerto se produjo un repentino alto en el ataque del Batallón, para luego acarrear la furia de todos los paracaidistas que se lanzaron con todo contra los argentinos, lo que hizo caer todas sus posiciones defensivas en un combate cuerpo a cuerpo, incluso a bayoneta por los ingleses, rindiéndose las fuerzas argentinas horas más tarde.

Grande fue la sorpresa para los paracaidistas al ver a 1.500 enemigos levantar sus brazos y soltar sus armas en señal de capitulación. Y ellos eran sólo 450 hombres. Cumplieron a cabalidad su objetivo en una batalla violenta que no se ha vuelto a ver en las últimas guerras, pero aseguraron que la retaguardia de sus fuerzas en desembarco estuviera a salvo.

Las bajas argentinas fueron 256 entre muertos y heridos; los británicos tuvieron 17 muertos (entre ellos su Comandante) y 40 heridos. El Teniente Coronel Herbert Jones fue condecorado póstumamente con la “Cruz Victoria” al valor; la más alta condecoración Británica. Y Gran Bretaña tiene la tradición de no conceder en demasía medallas o condecoraciones (como los norteamericanos) por cuanto considera que el trabajo del soldado consiste en vencer a su enemigo y mostrar valor en el combate. Sólo se consideran aquellos actos de guerra que van más allá del servicio y del deber; es decir verdaderos actos de heroísmo.

Las fuerzas terrestres inglesas continuaron una marcha a pie de más de 100 kilómetros con 30 kilogramos a sus espaldas para llegar a las afueras de Port Stanley, la capital ocupada de las Falklands. Ahí se encontraron con una férrea y fuerte defensa argentina en cuatro montes preparados para la defensa. En la noche entre el 13 al 14 de junio atacaron los Batallones de la Infantería de Marina inglesa compuesta por los Commando 40, 43 y 45 más los Gurkas y los Batallones de Paracaidistas 2º (nuevamente al combate) y 3º del Ejército Británico.
Se debe considerar que las FFAA Británicas a esa fecha eran las Fuerzas de ataque nocturno de la OTAN (Tratado del Atlántico Norte) por lo que estaban muy bien entrenados para el combate con esta dificultad, además de ser todos profesionales y no conscriptos como los argentinos y con una gran motivación que era liberar sus islas con habitantes británicos.

Esta batalla duró toda la noche y parte de la mañana, hasta que todas las posiciones defensivas argentinas fueron derrotadas, rendidas o puestas en desbande. Aquí hubo las mayores bajas por ambos lados. Le siguió la capitulación de las Fuerzas de ocupación argentinas con la firma del general Mario Benjamín Menéndez.
Este general era un déspota militar y petulante soldado quien estuvo al mando de la Unidades argentinas apostadas en Mendoza para 1978, cuya misión era invadir la zona central de Chile.
Este prepotente y cobarde antichileno les repetía a sus tropas antes del avance: “Cruzaremos la frontera, en 6 horas estaremos en Santiago, mearemos en La Moneda y luego nos iremos a Viña del Mar a cule... a una chilena”.

Gran regocijo hubo entre muchos de nosotros al ver a este poca cosa ser el único general argentino que se rinde en una guerra en el siglo XX. Y el documento de rendición se encuentra en el Museo de Guerra Británico.

Los ingleses liberaron a Port Stanley y devolvieron a los soldados argentinos a su país. Ahí cayó el gobierno militar y las FFAA argentinas quedaron con un gran desprestigio entre su pueblo hasta el día de hoy. Solamente los aviadores salvaron el poco honor que les quedó de esa guerra sin sentido.

Recuerdo muy bien esta guerra, ya que la vi a diario por la prensa. En esa fecha yo tenía 19 años y estaba en primer año de Derecho en la Universidad Gabriela Mistral y a los días de comenzada esta, fui convocado a la Reserva ya que se suponía que si los ingleses no recuperaban las islas, vendría una guerra. Fuimos miles los silenciosamente llamados para el solo objeto de encuadrarnos en las Unidades con las cuales debíamos ir al combate. Luego...esperar los acontecimientos.

Se ha dicho que Chile cooperó con los ingleses. Y es cierto. Es lo menos que se pudo haber hecho, y no por Gran Bretaña sino por Chile. Argentina invadiría nuestro país si le iba bien en las Malvinas. Por eso la Operación se llamó “Rosario” ya que como estos argentinos son muy católicos y rezan el rosario día a día, este se reza por “cada cuenta”, y es el sentido figurado de “isla por isla”.

Pero no les resultó. Tuvieron más de mil muertos y tres mil heridos. Pero la herida más grande fue el orgullo nacional jamás recuperado a parte de bravatas futbolísticas. Y el hecho que once mil argentinos se rindieran a seis mil ingleses fue aún más decepcionante.

Recuerdo que en Iquique en la Base de nuestra Fuerza Aérea llegaron numerosos aviones Hércules, cuando Chile sólo contaba con dos. Estos venían de Australia y Nueva Zelanda hasta Isla de Pascua, donde eran pintados con los colores nacionales y su enumeración (que fue lo que llamó la atención a los observadores) y se subían tripulaciones de pilotos chilenos para volar hasta Iquique. Nunca he sabido qué contenían sus cargas y cuál fue su destino.

Así como por la prensa apareció una noticia del incendio de un helicóptero inglés en las cercanías de Punta Arenas. ¿Qué hacía ahí? Nadie respondió claramente salvo ver a dos ingleses entrando días después a la Embajada en Santiago y diciéndose que este helicóptero no había podido posarse en una barco de carga mercante mientras cruzaba por el Estrecho de Magallanes y que se habían vistos obligados a incendiarlo.
Pero estas respuestas dieron más interrogantes y especulaciones, como que eran hombres del SAS que se habían infiltrado a territorio argentino para sabotear las Bases aéreas de Río Gallego y Comodoro Rivadavia, y que a su extracción no les fue posible posarse en dicho barco. De ser así ¿dónde estaban estos hombres ya que solamente el piloto y el copiloto fueron ingresados a la Embajada? El rumor cundió y el efecto deseado también.

Argentina movilizó grandes fuerzas militares a lo largo de toda nuestra frontera, debilitando la defensa de las Falklands y cayendo en un estado de pánico colectivo. Fue una excelente maniobra de inteligencia de dos fases o dos objetivos a cumplir en forma simultánea. Y se cumplieron.

Terminada la guerra, Chile quedó tranquilo frente a las pretensiones belicosas argentinas y nuestras FFAA con un gran conocimiento de las fortalezas y debilidades de los argentinos, así como las nuestras ya que se enviaron oficiales a Inglaterra a adiestrarse con el Ejército Inglés en le preparación física de los soldados (hasta esa fecha era deficiente) y algunas técnicas de instrucción del combate nocturno. Así como también quedaron las “boinas” y sus “suéteres”.

Estamos en la década los ’80. Chile estaba en relativa paz y en avance económico; lento pero seguro. Mi padre estando ahora de civil emprendió un negocio innovador para esos años: la seguridad. Creó la primera empresa de Seguridad civil en Chile y se llamó “Alfa-Omega” la cual tuvo por objeto realizar estudios de seguridad para las empresas (inexistentes a la fecha), la formación de vigilantes privados y la implementación de equipos técnicos para los servicios a prestar.
Tuvo su domicilio en la calle Santa Lucía Nº 270 de Santiago, en un edificio de siete pisos; en sus mejores momentos los abarcó casi todos y le dio trabajo a cientos de personas, sobre todo a militares en retiro. Duró hasta 1990.

En lo político el General Pinochet inauguraba la Constitución de 1980 con todos sus nefastos plazos pero con las mejores intenciones por parte de don Augusto. El 11 de marzo de 1981 comenzó a regir la Constitución y me tocó formar con la Escuela Militar (como Sub-Alférez) en esa oportunidad la cual se utilizó pantalón blanco para la formación, igual que una Parada Militar.
Fue una de las formaciones más extenuantes que tuvimos, ya que además de llevar cada uno cien municiones para nuestros fieles y queridos fusiles “Máuser” tuvimos que caminar todo el día con el uniforme de gala con penacho.
Nos bajamos en la estación Mapocho (pasando bala y poniendo seguro) y de ahí caminamos hasta la Catedral donde le rendimos honores a mi General Pinochet. Luego nos dirigimos a La Moneda para nuevamente rendirle honores. De ahí nos fuimos marchando en dirección de la Escuela antigua (Escuela de Sub-Oficiales a esa fecha hoy Museo Militar) donde almorzamos algo liviano. Luego dirigirnos de nuevo al centro de Santiago para presentarnos en desfile a nuestro General Pinochet (Presidente de Chile y Comandante en Jefe del Ejército) y la Junta de Gobierno frente a la ya extinta Llama de la Libertad en la Alameda. Caminamos hasta el cerro de Santa Lucía donde nos esperaban los buses; fue un gran alivio poder sentarse luego de seis horas. Nos dirigimos hacia la Escuela pero bajándonos unas cuadras antes para entrar desfilando nuevamente.
Terminamos a las 20:00 horas pero con la satisfacción del deber cumplido en una fecha tan histórica que no volverá a repetirse dado el acontecimiento y sus personajes netamente históricos que son invaluables.

Esa formación fue un pequeño y gran orgullo en lo personal cuando lo dimensioné en el tiempo años más tarde. Así como en 1979 me tocó ver el cambio de los restos del Padre de la Patria don Bernardo O’Higgins en la Escuela Militar de una urna a otra especialmente hecha para estos efectos. Nuestro Director sacó con sus manos lo que quedaba de nuestro Libertador y lo puso en una pequeña caja de madera, muy simple y sobria. En su interior se había colocado una mortaja franciscana debidamente confeccionada ya que el General O’Higgins así lo dispuso en su testamento. Se cerró esta urna y se le colocó nuestra bandera. Toda la Escuela estaba en un silencio emocional ante lo que estábamos mirando con nuestros uniformes de salida, de pie y firmes en el Auditorio. No volaba ni una mosca.

Luego nos fuimos a nuestras compañías y se nos hizo sacar a cada uno un papel con un número; tuve la suerte que me tocara ser uno de los elegidos, cuya misión era hacerle guardia de honor por una hora (eran 24 horas seguidas que se turnó la Escuela completa) al General Bernardo O’Higgins en el salón principal de entrada de la Escuela Militar. Ni más ni menos. Mi turno era con cuatro camaradas más de impecable uniforme de gala con penacho y fusil armado con bayoneta a las ordenes de un oficial.

Nos tocó a las 19:00 horas y con público que iba a ver la urna. En un momento quedamos solos y de reojo aprovechamos de mirar por sobre nuestros hombros a “quien les estábamos haciendo esta guardia de honor”; en una pequeña urna de madera cubierta por la bandera nacional estaban los restos mortales de Bernardo O'Higgins Riquelme. Ha sido lo más emocionante que viví siendo alumno de mi querida Escuela Militar.

Ese año de 1981 comenzaron también los atentados en contra de nuestra casa y de nuestro padre. Una noche de domingo mientras me preparaba para recogerme a la Escuela, una de mis hermanas que se encontraba alojando con sus niños en la parte de atrás de la casa (con un gran jardín el cual terminaba en una muralla con alambres de púa, que daba al canal San Ramón por esa época vacío) aparece por mi pieza y me dice “Manuel oí que llamaban al Kazan (era mi segundo pastor alemán con ese nombre luego que en 1978 me mataran al primero como lo relaté en la edición anterior) y atrás no debiera haber nadie” con voz de susto y con su hijo en los brazos.
Nosotros jamás tuvimos seguridad por las noches en el domicilio. Fui a la pieza de mi padre quien se encontraba en cama con gripe y le conté la situación y le pedí que me pasara la M-10 (sub-ametralladora con 30 balas) para ir a ver mientras él prendía las luces del fondo del patio.

En ese momento voy saliendo al patio y no me di cuenta que tenía a mi madre detrás de mí quien iba a colgar ropa al lavadero, y al prender mi padre las luces del fondo del patio donde había tres árboles grandes y muy hermosos (dos paltos y un nogal, muy antiguos) se cae una rama de estos y una persona vestida de negro con “un tubo verde” en su espalda. La verdad es que me quedé paralogizado hasta que mi madre remece mis hombros y me grita ¡DISPARA!
Ahí reaccioné pasando bala y corriendo en dirección del tipo, al mismo tiempo que disparaba en ráfagas cortas hacia él; recuerdo “en cámara lenta” cómo este sujeto trataba de saltar el muro por las alambradas donde había puesto un saco de aspillera y no podía, por lo que intentaba por el mismo cerco. No me di cuenta del tiempo ni de la munición ya que al llegar al fondo del patio me encontré “seco” (sin balas) y oí los gritos de mi padre que pedía me devolviera así como los gritos del patio de la casa vecina y una quebrazón de platos. Me fui hacia atrás con mucho cuidado y sin dar la espalda.
El tipo ya no estaba pero había una gran mancha de sangre en el muro; llegó mi padre y mi cuñado más un cargador para mí de repuesto, nos subimos a unas tarimas y barrimos a disparos en todas las direcciones dentro del seco canal.

No me recogí esa noche a la Escuela ya que los acontecimientos lo ameritaban, más la llegada de Carabineros, CNI, la Fiscalía Militar, etc. Pero no dormí.

Y jamás supimos quien fue, pero del análisis posterior se concluyó que lo que yo vi como un “tubo verde sujetado a la espalda” era un cohete “Low” el cual sería disparado por este sujeto desde el árbol hacia la habitación de mis padres quienes habrían muerto, para luego fugarse por la pared donde tenía el saco para cruzar la alambrada, caer al canal seco y correr hasta una de las intersecciones que lo cruzan, subir a un vehículo y terminado. Pero mi hermana alojaba esa noche en la casa y nos alertó. Solamente vivíamos mis padres y yo, pero esa noche supuestamente quedarían solos ya que yo me recogía a la Escuela Militar.

Siempre nos quedó el hecho que supiera el nombre de nuestro perro, quien era cachorro.
Hasta el día de hoy ningún grupo extremista se atribuyó hecho alguno de esa fecha; como tampoco sé si lo maté.

Este pequeño incidente prendió la curiosidad de algunos en CNI donde había llegado el general Humberto Gordon, gran amigo de nuestro padre. En 1980 había sido asesinado el Coronel Roger Vergara y no habían encontrado a los autores. Pero ya estaban en antecedentes de la “Operación Retorno” del MIR por lo que los hombres de CNI comenzaron a buscar. Gordon había reorganizado en la medida que pudo el descalabro dejado por Odlanier Mena y había traído de vuelta a muchos especialistas ex DINA y otros buenos funcionarios.

Ese mismo año de 1981, a finales, se produce otro incidente casual que siguió la comentada rutina de Inteligencia “una vez es casualidad; dos veces es coincidencia; tres veces es acción premeditada o enemiga”. En la cercanía de Neltume en la precordillera de la Novena Región se encontraba el Curso de Comandos del Ejército realizando la instrucción de “Contraguerrillas” (todos de civil) y al bajar a una faena maderera se ponen a descansar (eran unos 15).
Se les acercó un trabajador y les preguntó si querían jugar un partido de fútbol con ellos, pensando este que eran trabajadores de otra de las tantas faenas de la zona. Los Comandos aceptaron, menos uno que se quedó cuidando las mochilas y el armamento camuflado que portaban.

Este hombre mientras sus camaradas jugaban miró las pertenencias de otros jugadores y vio que también portaban armas; eso sí descartó de inmediato que fueran miembros de las FFAA ya que no habían dejado a nadie de guardia. De inmediato le comunicó a uno de los suyos quien se acercó y vieron la situación.
Esperaron que terminara el partido y asaltaron a los tipos con armamento. Los llevaron al bosque y al interrogarlos éstos relataron que eran miembros del MIR que están ingresando por Argentina y que tenían en la zona una Base de Operaciones para guerrilla con numeroso “Tatoos” o lugares camuflados bajo tierra como escondites de armas y municiones además de servir como posiciones para defensa.

Se llevaron a los miristas a Valdivia y comenzaron una Operación de Búsqueda y Destrucción con toda la División y la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales del Ejército completa. Fue muy difícil dado las condiciones del terreno y sólo lograron matar a siete miristas mientras los restantes que estaban en Chile huyeron a Santiago, pero ubicaron todos los emplazamientos de armas, municiones y explosivos.

Esta casualidad terminó con la primera fase de la “Operación Retorno” del MIR. Me he dado cuenta en el tiempo que han sido muchas las “casualidades” que han salvado a Chile de muchos infortunios por el mal actuar de algunos, en este caso de Odlanier Mena. Y otra gran casualidad se produciría en 1986 con Carrizal Bajo que relataré en el próximo capítulo, ya que yo lo viví.

Pero el MIR no se quedaría tranquilo. Los jefes tuvieron que viajar a Cuba a dar explicaciones y preparar un “golpe” para no quedar como inútiles. Mientras tanto el Partido Comunista había resurgido en Cuba con la idea de renacer la insurrección de la guerrilla urbana en Chile pero ahora con sus medios y no con el MIR, tomando en consideración el triunfo de las Fuerzas guerrilleras Sandinistas en Nicaragua en 1979 donde varios chilenos comunistas combatieron, para aprovechar la experiencia de estos y realizar la misma revolución que Nicaragua. Se equivocarían en un solo punto: Aquí existía y existe las FFAA y Carabineros de Chile.

El 30 de agosto de 1983 una Unidad del MIR asesinó al General Carol Urzúa y a sus dos escoltas militares en una emboscada que le hicieron a su vehículo a la salida de su casa. Este general era Intendente de la Región Metropolitana y gran amigo de mi padre desde la Escuela Militar siendo ambos de la misma arma de Ingenieros del Ejército.
Recuerdo haber ido junto a mi padre al funeral y cuando estábamos ahí se acercó Sergio Fernández que le dio un gran abrazo a mi padre; me saludó a mí y aproveché de decirle que su sobrino de Punta Arenas era compañero de curso y amigo en la Universidad.

Humberto Gordon llegó esa tarde después del funeral a la casa y le contó a mi padre que Pinochet estaba muy molesto y preocupado y que le había dado ordenes precisas de encontrar y castigar a los culpables, a lo que Gordon le había respondido que “esto se lo debemos a Mena (Odlanier)”.
Mi padre le contó que uno de los miristas más peligrosos que le había tocado combatir en DINA era el “coño” Villavela, el cual arrancó herido del combate de Malloco y que después fue ingresado en el portamaletas del automóvil del Cardenal Raúl Silva Henríquez a una embajada donde partió al exilio dorado. Y posiblemente estuviera de vuelta ya que ese era su accionar: tanto en el asesinato del Coronel Roger Vergara como el del General Urzúa.

CNI siguió la pista de Villavela; a los dos meses se produce un feroz encuentro entre éstos en una casa ubicada en la calle Fuente Ovejuna de la comuna de Las Condes al lado de una población militar, donde los miristas habían optado por vivir. Su resultado fue cinco miristas muertos entre ellos Villavela. Con esta acción se acabó el MIR para siempre.


Ya en 1983 Alfa-Omega (donde yo también laboraba en las horas que no tenía estudios) recibía muchísimos personajes del ámbito nacional que pretendían los contactos de mi padre para sus negocios, pitutos, favores, etc. Y mi padre siempre fue bien “inocentón” frente a esta manga de aprovechadores (y hoy desleales) a los cuales ayudó desinteresadamente.
Vi a muchos jueces y Ministros de Corte pasar por las oficinas de Santa Lucía para tener acceso al Ministro de Justicia de la época don Hugo Rosende, gran amigo de mi padre, quienes solicitaban un “ascenso”. Así como las comidas con Mónica Madariaga (mi padre le llevaba “comida china” a su departamento del hermoso barrio Bustamante donde ella vivía con su madre) donde “copuchaban” los últimos acontecimientos.

Los infaltables almuerzos “privados” con Ricardo Claro; las reuniones tanto de oficina como de casa con Manuel Feliú y el regalo a su hija de un cachorro de mi perro pastor alemán el cual se lo fui a dejar a su casa en Lo Curro (además éramos compañeros en la Mistral); Francisco Javier Errázuriz, Carlos Cardoen, Amador Yarur y sus hermanos, Iván Mesías, Kasis hermanos, etc.
En fin...Alfa-Omega era un lugar de encuentro para contactos. Debí haber puesto un restaurante, me habría hecho rico y no me estaría quejando como ahora.
Y me trae a la memoria aquellas reuniones sociales en nuestra casa de los años '70 a la cual siempre concurría Liliana Mahn, quien deleitaba a los oficiales de DINA con su belleza y canciones que cantaba acompañada de su guitarra y hermosas y largas piernas. Fui compañero de su hija en la Universidad Gabriela Mistral y estuve en su casa de Cerro Calán una noche social en 1985.

Mientras, yo estudiaba Derecho (pensando en un tranquilo futuro) en la Universidad Gabriela Mistral donde había ingresado en 1982. Pero no fue fácil ya que no quedé cuando postulé ese verano; me llamó la atención que se preguntara tanto por mi padre en esa oportunidad. No le había contado a este de mis intenciones académicas (yo trabajaba para él en Alfa-Omega) y cuando le dije que no había ingresado a esta Universidad privada (eran tres en Chile y muy mal miradas) se sonrió y me dijo “no conoces la maldad de las personas”. Llamó delante de mí a Hugo Rosende y le contó la situación.
Al día siguiente fui aceptado.

Años después me enteraría que su Rectora doña Alicia Romo había vetado mi ingreso por que no quería tener “gente de CNI cerca”. Cuando le conté esto a mi padre se volvió a reír y me dijo que doña Alicia había ido muchas veces a su oficina de DINA a pedir “favores” mientras estuvo a cargo de DIRINCO los primeros años del Gobierno Militar.

Y lo divertido de estas personas es que, estando en segundo año tuve un buen profesor en Derecho Internacional don Rodrigo Díaz Albónico (Sub-secretario en el gobierno de Aylwin y de Frei) con quien tuve promedio 6 todo el año a pesar de la antipatía que yo le producía, y sin haberle hecho yo nada. Cuando llegó el examen de fin de año (nos controlaba la Universidad de Chile y eran tremendos “rajaderos”) don Rodrigo me mostró sus “garras” y me “rajó”. Los profesores eran unos verdaderos “dictadores”.
Fui a alegar a la rectoría con todos mis antecedentes; la comisión de la Universidad de Chile me apoyó en mis respuestas, y como resultado don Rodrigo Díaz fue “alejado” de la Gabriela Mistral por doña Alicia Romo; ahora me apoyaba.

Pero don Rodrigo, en su amarga vida que demostraba se “vengó” para conmigo publicando este hecho en una de las revistas de la oposición de entonces, denostándome como un mal alumno y que él había sido una “víctima de la dictadura”.
Y este tipo de seres son los que nos gobiernan, intolerantes, corruptos y vengativos.

Por esos años me puse a pololear con una compañera de curso que era de Antofagasta (realmente no he visto mujeres más lindas que las que ahí habían y supe estar con varias y de las mejores) cuya familia era muy conocida en esa ciudad y su tío era el Embajador de Chile en el Vaticano.
Las relaciones de su familia eran del más alto nivel, a pesar que siempre le dí poca importancia a esta "aristocracia chilensis". En una oportunidad fuimos a la recepción de una de sus mejores amigas quien era hija de Andrónico Luksic Abaroa en su mansión cerca de Apoquindo. Ahí conocí a esta amiga que venía de un Curso para "Señoritas" en Suiza y a su padre quien me preguntó por el mío y que le enviara saludos de su parte; asi como a sus simpáticos y entusiastas hermanos.
En el verano que siguió fui invitado a Hornitos, una de las mejores playas de Chile al norte de Antofagasta y lo pasé estupendo. Y también estuve en la espectacular casa de Luksic la cual contaba con pista de aterrizaje para aeronaves y un campo de golf.
El hermano de mi polola conoció a Raquel Argandoña a la cual le había encargado unos lentes para el sol. Un día que estaba en el departamento de esta niña llegó Raquel con ese encargo y nos invitó a los presentes a su restaurante; fuimos y me hice amigo de Eliseo Salazar.
Luego vendrían varias reuniones sociales tanto con Raquel (que es bellísima) como con Eliseo que era bien callado hasta que entraba en confianza; una buena persona.
En una oportunidad los invité a mi casa (la de mis padres) y compartimos con Raquel, Eliseo, mi padre y otras personas más; bien agradable. Un día Raquel nos invitó a su cumpleaños y lo celebró en el cine Apoquindo (hoy no existe) y no éramos más de 20 personas, y estaban todos los amigos de Raquel. Fue muy divertido ya que se nos mostró una película sólo para nosotros, en un cine vacío pero los mozos no dejaban de atendernos. Ahí Raquel le echó una talla de fuerte calibre a su amigo Italo Pasalaccua, de quien nadie sospechaba nada.

En fin, esa amistad duró hasta que Raquel y Eliseo se separaron. Hacían buena pareja.

En 1984 mi padre tuvo que ser hospitalizado por una descompensación sin explicación (estaba comenzando su cáncer) y una noche me encontraba yo en su habitación cuando llega un gran amigo que fue piloto de Lan y vecino de la casa (sus padres) y que se había casado con la hija de un compañero de curso de mi padre. Este extrovertido amigo había abierto un bar en la calle Isidora Goyenechea pero al cual nadie iba.
Estábamos ahí cuando entra el escolta de mi padre y me llama; me acercé a la puerta cuando veo entrar al General Pinochet quien venía a saludar a mi padre. Me saludó muy cariñoso y a mi padre muy sonriente y con varias tallas. Nuestro amigo aprovechó la ocasión y le entregó su tarjeta al Presidente de Chile invitándolo a su bar ya que “siempre lo veía pasar cuando se dirigía su casa por lo que le quedaba a la pasada”. Pinochet se rió y no dijo nada. Se despidió alegremente.

Pasaron varios días y yo realmente “pernoctaba” los fines de semana en el bar de mi amigo, ya que lo había decorado como los bares “TOP” de Miami en pleno furor de los años ’80 y con la mejor música envasada, como un pianista y saxofonista en vivo. Una noche entran al bar unos tipos bien vestidos de pelo corto y mirando todo y el baño; le dije a Jaime que eran “la guardia adelantada” pero no me creyó. A los cinco minutos estaciona un Mercedes y se bajó Pinochet vestido de civil con corbata. Jaime no lo podía creer. Le abrió la puerta y como no había nadie y el Presidente venía solo con su Edecán, me pidió que los acompañara mientras él “iba a hacer unas llamadas”. Pinochet se sentó y pidió un “Clavo Oxidado” como trago.

Jaime mientras tanto llamaba a medio Santiago para que vinieran a su bar ya que estaba el General Pinochet. Mientras este se ponía cada vez más alegre y pedía otro trago; se fumó varios cigarrillos (jamás lo habría pensado) y le pedía repetidamente al pianista que tocara la marcha “Erika”. Al pasar los momentos, el bar simplemente se llenó. Y Jaime tuvo su inauguración por fin. Pinochet se fue luego de varios tragos y con el aplauso de todo el mundo. De ahí para adelante el bar “Oliver” hizo historia en la noche de Santiago; duró mientra le fue bien al Gobierno Militar. Cerraría con la “democracia”.
Nunca en mi vida creo que lo volveré a pasar mejor que ahí, así como perdí la cuenta de la cantidad de mujeres hermosísimas con las que me acosté, incluso muchas de ellas en la misma noche y a veces sin saber su nombre. Solo que eran bonitas, de buenas familias y querían “aventura”. Y conmigo la tuvieron.


El 20 de marzo de 1984 yo concurrí con mi Maestro coreano de Artes Marciales (había obtenido ya el cinturón negro 1ª Dan en Tae-Kwondo y el de Hapkido) a ver al Director de DIGEDER el general Sergio Badiola en Providencia, íbamos caminando cuando siento algo extraño que me presiona el pecho. Mi Maestro se dio cuenta y me preguntó si me sentía bien; le dije que no sabía pero que siguiéramos a la reunión ya que estábamos buscando auspicio para formar la Confederación de Tae-Kwondo de Chile en vísperas del mundial de 1985 a realizarse en Corea del Sur. Tuvimos la reunión y lo único que quería era volver a casa.

Al llegar a casa me enteré que a esa misma hora, las 20:00 en las intersecciones de las calles Seminario con Alférez Real habían intentado asesinar a mi padre y sus dos escoltas colocándoles una bomba arriba del techo del auto por dos sujetos en moto que la adosaron con imanes. Al colocarla el sujeto que iba atrás en la moto sacó los seguros y con el movimiento elevó los detonadores de la carga los cuales explosaron pero muy fuera del explosivo para hacer estallar la carga de 3 kilos en forma cónica. El conductor tuvo la frialdad de no salir arrancando fuera del auto y lo sacó empujando al de adelante, así como el otro escolta intentó hacer fuego sobre los ocupantes de la moto pero estos se había subido a la vereda a toda velocidad y escapando. Esta bomba está en el Museo de la Escuela de Inteligencia.

Al saber lo ocurrido llegaron a la casa varios ex DINA quienes sospechaban la procedencia del atentado, ya que en esos días se pensaba cualquier cosa; además que los políticos de derecha se burlaron de este hecho y lo calificaron como un “auto atentado”. Y ningún grupo subversivo se lo atribuía.
Un gran amigo me dijo que fuéramos a ver a un señor que era clarividente mediante un péndulo. Fuimos a su departamento de Américo Vespucio y era Oscar Fonk, quien nos recibió muy atento y le mostramos un mapa de Santiago: él con el péndulo le hacía preguntas mientras un lapiz en su mano derecha realizaba una línea sobre varias calles.
Al terminar revisé el mapa y era increíble ya que esta persona no tenía idea y nada me había preguntado, y este señalaba la ruta del auto de mi padre desde la calle Santa Lucía y la moto siguiéndolo y hacia donde se dirigió la moto con los tipos después y donde esta se encontraba.

Luego de un momento le pregunté que quienes eran y nuevamente moviendo el péndulo me dice “colombianos pagados por exiliados”. Al terminar, ya que estaba muy cansado le pregunté qué pasaría con Chile en el futuro y me contestó “tendremos una democracia protegida, no como las anteriores”.
Le agradecí algo incrédulo y me dirigí donde mi padre que estaba en el Hospital y encontré en su habitación a Humberto Gordon. Les narré lo sucedido y Gordon me dice si tengo la dirección donde “estaría la moto”; se la pasé (no era exacta salvo una casa vacía al llegar a Bilbao por Seminario a mano derecha dentro de un galpón abandonado) y el se la entregó a su ayudante y los CNI partieron al lugar. A la media hora nos llaman que habían encontrado la moto y que estaba “limpia” (sin huellas). Ahí comencé a creerle a don Oscar. Esta moto tenía un respaldo blindado en su parte posterior. Y ningún político nos quiso creer, salvo Sergio Onofre Jarpa

Don Oscar Fonk era el abuelo materno de Cecilia Bolocco a la cual conocí muy “a la pasada” en 1981, en una oportunidad que nos llamaron a las oficinas de Alfa-Omega un viernes, tarde cuando estaba solo yo y dos secretarias, desde la empresa IRT que se encontraba en huelga y los directivos o dueños estaban acorralados en sus oficinas y nos pedían que los fuéramos a rescatar. Estas personas conocían y habían compartido con mi padre en muchas ocasiones y uno de ellos era amigo.
Fui yo y desarmado. Ingresé por un costado de la empresa, evadí sin contratiempo a los huelguistas y saqué a las tres personas “en peligro”.
Los llevé uno por uno a sus casas: a Mariano González (hoy empresario en San Antonio) a Carmine (no recuerdo su nombre) y al último que me invitó a entrar a su casa de Vitacura para tomarme un trago con él como agradecimiento: Enzo Bolocco, padre de Cecilia. Y ahí apareció ella, joven aún pero hermosa. Y yo el bruto no la tomé en cuenta. Así es la vida.

Enzo Bolocco iría varias veces más a ver a mi padre a las oficinas de Santa Lucía.


El 22 de mayo de 1986 fue un viernes. Terminé en la oficina tarde y fui a ver a una ex polola; como no me aguantó me fui a la casa. Mientras me dirigía por calle Tobalaba al llegar a Príncipe de Gales oí una detonación...extraña. En esos días había bombas todos los días y el oído se acostumbra a saber la distancia y si es en un poste. Pero esta era rara. Y volví a sentir la presión del pecho de 1984.
Aceleré mi Honda Prelude por Príncipe de Gales hacia arriba y comienzo a ver humo muy al fondo y unos fogonazos dentro de este; al llegar al cruce con la calle Monseñor Edwards me doy cuenta que están atacando la casa (no teníamos guardias por las noches) aceleré aún más y me crucé en la calle que no se veía nada y un olor insoportable por la detonación de un par de kilos de un explosivo que no conocía; me acerqué a la casa sin ver mucho y alcancé a ver una camioneta Luv de color amarillo que disparaba, me lancé debajo de mi auto disparándoles toda la munición que tenía; luego me di cuenta de esto que no debí haber hecho ya que los terroristas se iban retirando y habían dejado otro explosivo como trampa.
Oí a mi padre que me gritaba desde adentro que saliera de ahí y que me corriera unos cien metros, lo que hice caso incluso llevándome mi auto y un par de vainillas que recogí del suelo que desconocía de la munición utilizada por los fusiles de los terroristas.
La segunda bomba no detonó pero la primera había arrancado toda la reja del antejardín, roto todos los ventanales de la casa y habían baleado todo el living-comedor, el garage, los autos, etc.

Esta vez si se lo reivindicó el FMR (Frente Terrorista Manuel Rodríguez) con su autor Miguel Armando Montecinos Montecinos que los pescamos el año siguiente estando yo en la Fiscalía Militar. Hoy día este asesino está libre sin cargo alguno en su contra y trabaja para el gobierno de la concertación.

Pero la noticia se apagó ya que ese mismo día le pegaron a Lavanderos (el ex Senador pedófilo hoy condenado en la cárcel) y este dijo que lo había hecho la CNI. La verdad es que le pegaron los parientes de una menor que este se encontraba abusando.

Una semana más tarde (habíamos conversado con mi padre la posibilidad de un auto bomba en la calle) el 3 de junio nos quedamos mirando un partido del mundial de fútbol en la oficina hasta las 20:00 horas. Al término del partido bajamos y nuestro júnior bajó muy rápido por las escaleras (7 pisos) y cuando llegamos al primer nivel lo encontramos desmayado, desorientado, sin poder oir ni ver. De inmediato lo enviamos con uno de nuestros guardias civiles (todos comandos) al Hospital en un taxi.

Al salir estaba el auto de mi padre con las puertas abiertas, muchas personas caminando, un Chevrolet blanco de dos puertas delante del BWB y atrás de mi auto. Extrañamente nos sonaron al mismo tiempo nuestros “Beepers” de alta frecuencia pero sin dejar ni un mensaje. Estos aparatos los había contratado tres días antes. Mi padre se subió a su auto se despide y se va. Yo me subo al mío y el Chevrolet estaba muy pegado por lo que llamé al aparcador que era muy simpático y me dice que el dueño de ese auto llevaba una semana pidiendo que se lo dejara frente a nuestras oficinas “ya que habían guardias”.

Me subí a mi Honda y recuerdo ver por el retrovisor el foco de este auto, y me fui; eso sí dejando al guardia en la entrada. Para variar fui a la casa de una amiga y sonó el Beeper que decía “Torta vietnamita en oficina”. Salí “rajado” hacia el centro de Santiago. Al llegar estaba la calle cerrada, un vehículo de bomberos esperando y carabineros. Crucé estas líneas de seguridad y veo la cuadra vacía, salvo el auto blanco y le pregunté al guardia ¿dónde está la bomba? Y me contestó ¡Al lado suyo en el auto!

Corrí hacia el cerro no sé como; el guardia me contó que cuando nos fuimos a los minutos “saltó” una parte de la maleta trasera del costado derecho del Chevrolet y salió mucho humo; él se acercó y pudo ver un ejambre de cables, una batería de moto y una caja cerrada. Se dio cuenta que era una bomba con sistema de distancia mediante ondas de radio, es decir a control remoto. Llamó a Carabineros y empezó a gritar para despejar la calle. Me estaba contando esto, y suena el Beeper: era mi padre con la palabra “urgente”.

En esa época no habían celulares y los negocios estaban cerrados para pedir un teléfono. Pensando que podía ser otro atentado hacia él que no conocíamos me arriesgué y fui a la oficina. Sentí un frío que me recorría todo el cuerpo al pasar al lado del auto e ingresar a lobby del edificio y tomar el ascensor. Llegué al 7º piso y abrí todas las ventanas ya que sabía que si detonaba el explosivo se romperían las ventanas cerradas. Llamé a mi padre y me dice ¡Sale de ahí! Ante lo cual le contesté ¡entonces no me llames!.

Volver a bajar...cuando se abrió el ascensor y debí enfrentar el túnel de salida del edificio las piernas no me respondían. Tenía frente a mi un auto cargado de explosivos y no sabía en que momento estallaría. Respiré profundo y salí caminando...pasé al lado del auto al cual vería por última vez entero. Llegué hasta el faldeo del cerro y veo que viene llegando personal de la Unidad de Anti explosivos de CNI; nos pusimos a conversar mientras varios de ellos cubrieron el cerro con sus AKA mientras el oficial de turno se ponía su traje de explosivista.
Se acercó al vehículo y dice por la radio “no conozco los dispositivos”, nosotros estábamos a unos 50 metros. El capitán a cargo le ordenó retirarse del lugar. Bajaron un equipo nuevo: era un robot que hacía su estreno.

Yo estaba con los hombres que estaban a mi derecha, yo al medio y un CNI a mi izquierda. Me agaché en cuclillas para sacarle la bala que estaba en la recámara de mi pistola cuando veo que el robot está al lado del auto....y luego un resplandor blanco, un viento caliente que me golpea el cuerpo y un estruendo ensordecedor. Me caía hacia atrás y me azoté la cabeza en el pavimento mientras miraba como el hongo de fuego se elevaba hasta el 7º piso...el guardia había sido lanzado hacia el faldeo del cerro, y el CNI estaba en el suelo escupiendo sangre. Una esquirla le había destrozado la boca.

Siempre me he preguntado qué habría sucedido de haber estado de pie en ese momento.

Del auto no quedó más que su parachoques y algo del motor. Del robot ¡nada!

Al día siguiente acompañé a los investigadores al mismo lugar, pero fuimos al cerro y en especial a un mirador que ve en la dirección ubicada por el auto-bomba. Ahí se encontraron 11 colillas de cigarrillos; una con rouge. Era la pareja de extremistas simulando ser una de enamorados, pero fueron quienes activaron el control remoto (él muy nervioso) que no funcionó y se cree que fue por el hecho de que todos los televisores de la zona estaban prendidos por el fútbol y por nuestros Beepers que se activaron al momento que estos marcaron su detonador. De no haber sido así habríamos muerto todos más los transeúntes. Pero Dios estaba con nosotros.

Y siempre queda un dispositivo de trampa para que detone igual la bomba cuando lleguen los explosivistas ya sea de tensión o de presión, y eso le ocurrió al robot cuando empujó el auto, nada más. Le pudo haber pasado al oficial que se acercó, al guardia o a mí cuando miré el foco por mi retrovisor y no puse marcha atrás sino hacia delante lo habría empujado y no estaría escribiendo estas líneas.

A la semana siguiente Pascal Allende Jefe del MIR hizo una conferencia de prensa clandestina en Uruguay atribuyéndose este atentado y diciendo que “Contreras tiene pacto con el diablo ya que no lo hemos podido matar...”

Esa semana que siguió sacaron los parquímetros de la cuadra (lo habíamos solicitado en innumerables oportunidades al Alcalde Bombal por las mismas razones) y el hombre que trabajaba ahí se quedó sin trabajo. El júnior que ese día tuvo un ataque cerebral murió esa noche.

Al día siguiente se me acerca el del parquímetro y me dice “me quedé sin trabajo”; y yo le contesté “y nosotros sin junior”.

Este buen hombre sería mi júnior hasta que terminó Alfa-Omega.

Nos vemos